Han pasado más de 3 años desde que fuimos obligados a vivir en el encierro, con justa razón o sin motivo, según opinión subjetiva de cada persona. Fueron meses que dejaron huellas imborrables, desde las pérdidas de seres queridos hasta la perdida de negocios, despido de empleados o la depresión social y económica para muchas personas.

Fotografía de Rodrigo Abd

Me vino a la mente ese tema luego de conversar con varios cubanos, venezolanos y hasta un par de bolivianos que andaban en Miami tratando de conseguir dólares para llevar a su país. En broma, les dije que mejor fueran a Guatemala porque a nosotros nos sobran los dólares baratos gracias a las remesas que mandan nuestros migrantes.

Para los cubanos, el bloqueo financiero es el más dañino. Sino, que lo cuenten los diplomáticos extranjeros que ni su sueldo pueden enviar a sus familias porque les quitan tres veces comisión por cada cambio de divisas, si acaso logran esquivar las sanciones a los bancos por hacer esas transacciones con el gobierno cubano.

Mientras en Cuba se hacen colas para tratar de conseguir algún producto que aún quede en las despensas estatales, en Miami se hacen colas en cualquier cadena comercial, pero son para pagar productos de todo tipo, marca o diseño que los ciudadanos compran, no por necesidad real sino por el consumismo al que estamos acostumbrados.

Hacemos cola en los bancos para sacar dinero; en los supermercados para pagar; en las gasolineras para llenar el tanque y hasta en los restaurantes, para esperar una mesa disponible. En cambio, en otros lugares del planeta las colas se hacen para sobrevivir. Poder comprar una manzana o un trozo de queso es menos que imposible, en países que están a pocos kilómetros de nuestras fronteras.

El contrasentido de todo este vertiginoso cambio de estilo de vida, es que el presidente de Estados Unidos continúa hablando de deportar a los migrantes «ilegales», cuando hay rótulos en las puertas de ingreso de las grandes cadenas de tiendas solicitando personal. Más dramático todavía, es ver esas tiendas enormes con solo un par de empleados por piso. Crece la duda porque se sabe que los migrantes consiguen trabajo casi de inmediato debido a la escasez de personal, sobre todo en las grandes ciudades. Mientras tanto, la otrora mano de obra barata guatemalteca se esfumó como por arte de magia o mas bien, por los bajos salarios que no siempre son responsabilidad de los empresarios sino de los bajos precios que nos imponen los mercados internacionales representados por una bolsa de valores manejada por el sistema bancario global. Pocos nos percatamos del inminente colapso que se vislumbra. Especialmente, la caída del sistema económico, pero también la destrucción del tejido social.

La Historia nos enseña que los imperios se destruyen por las guerras o bien, por la descomposición social; ambos, son el talón de Aquiles de esta frágil humanidad construida sobre la base de recursos limitados. Las grandes potencias lo saben. Por eso se han enfrascado en esa lucha por la sobrevivencia de sus imperios. Nosotros, los pobres ingenuos, seguimos creyendo que vendrán a salvarnos del saqueo de los corruptos. Nada más alejado de la realidad. Acaso hicieron algo cuando aquellos tiranos populistas destruyeron las economías y empobrecieron a su gente, ¡Claro que no! Por el contrario, los dejaron sucumbir a la avaricia de sus gobernantes para después ofrecerles una tabla de salvación.

Las colas que nos definen no son las colas machucadas de tanto farsante politiquero. Las grandes potencias tiene los medios para acabar con ellos en cualquier momento. No lo hacen, porque es mejor para su negocio tenerlos comiendo de su mano. Los vigilan, los siguen, los graban y después, los usan para sus intereses que no son los nuestros.

El ciclo de las potencias es siempre el mismo. Surgen, se amplían, conquistan territorios y se expanden. Un día, la gente se rebela en contra de los opresores y el ciclo se repite en una nueva era. Es probable que a nuestra generación le toque vivir ese cambio de ciclo. Me temo que, desde los «baby boomers» hasta la generación de cristal, estamos todos en el mismo barco y nos tocará apechugar para procurarnos una sobrevivencia más precaria de la que imaginamos.

Algunos, tendrán que hacer cola para comprar papel higiénico, mientras que otros,  harán cola para  llenar la carretilla del supermercado con lo que les sobra, o peor aún, con basura que no necesitan.