Lo conocí una madrugada en La Bodeguita del Centro, los dos andábamos con un par de tragos entre pecho y espalda. Una amiga común nos presentó, Jorge Félix me habló en inglés y seguramente por su mala pronunciación y por lo alto de la música no le entendí absolutamente nada. Le pregunté por qué jodidos, si estábamos en Guatemala, me hablaba en inglés. Me ofreció vergazos. Yo me puse al brinco también, faltaba menos. Pero nos apaciguaron y al rato estábamos conversando.

Así lo conocí.

Luego tuve la oportunidad de compartir casa con él y otras cinco o seis personas en la Colonia Bran. Entonces supe de su don de gentes, lo buen conversador que era -tenía una amplia «cultura», se notaba que conocía y había leído-. También era un díscolo, como lo muestran los múltiples cagadales -como el mismo les llamaba- que hizo a lo largo de su vida y en un par de los cuales me vi envuelto ya fuera por obra u omisión mía…

📸 Fernando Chuy

Te juro que no voy a hacer ningún clavo

El cagadal al que quiero referirme en esta ocasión sucedió años después. Yo acababa de tener un rompimiento amoroso (¡!) y compartía casa temporalmente con un austriaco, una puertorriqueña y una mexicana-alemana. Era mara buena onda, pero muy extraña, todos tenían pareja en sus respectivos países y se mantenían pendientes de ellas, pasaban casi todo el tiempo en sus cuartos y lo único que yo veía durante el día eran tres cables naranjas -el internet de la época- que partían de la sala y se dirigían a la computadora en cada una de las habitaciones.

Pero teníamos amigos en común que varias veces llegaron a visitarme e incurrieron en ciertos excesos que me habían colocado en una situación difícil en aquella comunidad. Así que decidí portarme bien y evitar ese tipo de situaciones.

Pero una noche cuando me dirigía a la casa pasé a hacer una compra de última hora a la tienda de Oris. Sentado en la banqueta estaba Jorge Félix terminando de saborear un octavo de Quezalteca. Nos saludamos, me dijo que no tenía donde dormir y que iba a pasar la noche en la calle.

Me puso en un predicamento, finalmente le dije que yo tenía muchos problemas gruesos en la jaus, pero que si me aseguraba que no haría ningún cagadal le daba posada. Me vio a los ojos, se llevó dos dedos a la boca como haciendo la señal de la cruz y me dijo «Byron, te juro que no voy a hacer ningún cagadal«.

Ya estando en la casa pasamos a la sala y le dije que lo invitaba al night cap.   Cuando regresé no estaba ahí, el único lugar a donde pudo ir era al jardín, así que salí y lo busqué. Tampoco estaba ahí. Entonces pensé «este maje se fue al barranco». Me acerqué a la orilla y a lo lejos lo oí gritar «¡Auxilio, ayuda, estoy al borde del precipicio!»

Debo decir que por una milésima de segundo pensé en no hacer nada, en irme a dormir y nada más. Pero inmediatamente pensé en las consecuencias de esa inacción y llamé a los bomberos.

La historia es más larga, por ahora solo diré que cuando lo volví a ver, un mes después, aún le dolía respirar y aún más reír por las tres costillas que se rompió. Ya no tenía la cara tan hinchada y sus heridas iban desapareciendo poco a poco. Me contó que en lo que yo llevaba los tragos había salido al jardín y vio a una hermosa mujer con vestido blanco y pelo largo, la siguió para hablarle y cuando estaban al borde del barranco ella volvió la cara, la cual era de caballo, ¡era la Siguanaba!, entonces se asustó y cayó.

Recordaba todos los detalles, de la primera caída de ocho metros –la de las costillas-, de la segunda caída -de seis metros- y de la última -de tres metros-, de como rodaba e intentaba asirse a algo, de cómo lo logró con una rama que lo sostuvo unos segundos y luego se rompió y rodó hacia abajo nuevamente, de cómo logró agarrarse a otra rama antes de caer al precipicio que da a la tubería de los desagües de la zona 2, casi 50 metros abajo; de cómo se atacuazinó y comenzó a pedir ayuda. Me contó que todas las noches tenía pesadillas en las que caía al fondo de un abismo.

Me agradeció lo que hice y, además, me dijo que lamentaba el cagadal.

Recuadro: Los comentarios vertidos en esta historia de la vida real son responsabilidad exclusiva del autor. El título de la narración fue modificado por el editor para no herir susceptibilidades. Un 8 de marzo como hoy Jorge Félix emprendió el viaje hacia el infinito. Saludos donde quiera que esté.