Las votaciones en las alegres elecciones están a la vuelta de la esquina. Todos los partidos políticos se aprestan al sprint final de la campaña, para lo cual seguramente utilizarán todos los medios a su alcance (ilícitos en algunos casos).

Las encuestas al gusto del cliente circulan por doquier, cada quien coloca a su candidato en el primer lugar o lo cuelan entre los primeros si es muy evidente que sería poco creíble ubicarlo como puntero.

Los candidatos prácticamente ofrecen el oro y el moro, independientemente de que la realización de tan loables promesas sean irrealizables en muchos casos. La mayor parte de la ciudadanía no logra ni siquiera mencionar el nombre de 6 o 7 candidatos presidenciales dado el número récord de aspirantes a la más alta investidura nacional (popularmente conocida como la Guayaba o el Guacamolón).

Ya se hacen escuchar aquellos ciudadanos que hastiados de lo que hasta hoy ha dejado la democracia a la guatemalteca llaman al abstencionismo (no asistir a las urnas) o al voto nulo; algunos lo promueven en todas las papeletas y otros –como aquellos cuyo candidato a la presidencia no logró sortear exitosamente los valladares, arbitrarios en muchos casos, que el sistema definió- solamente llaman a anular la boleta presidencial o la del Parlacen.

Fotografía de Diego Alvarado

Para ilustrar algunas características de las elecciones generales en Guatemala desde la “vuelta a la democracia” me permití elaborar una tabla que contiene información sobre cada proceso. Me gustaría compartir algunos datos para el análisis basado en evidencia verificable.

Nunca ganó una mujer, la única que ha logrado llegar a las últimas instancias fue derrotada en 2 ocasiones. Nunca ha ganado un presidente indígena, xinka o garífuna. Nunca ha ganado un candidato abiertamente gay. Nunca un partido gobernante ha podido mantener el poder, de hecho en ninguna ocasión el candidato del partido oficial ha logrado pasar a la segunda vuelta.

En total llevamos 9 elecciones generales desde 1985, hubo una más en 1994 solo para el legislativo (a raíz del conocido como autogolpe de Serrano Elías), 2 más para reformas constitucionales (1994 y 1999) y la Consulta Popular sobre Belice en 2018.

Quienes promueven el abstencionismo tendrían mayores razones para sentirse satisfechos con su llamado dado que el promedio de participación en las nueve elecciones generales realizadas a la fecha fue de apenas el 61.83%, un porcentaje bastante bajo para los estándares internacionales donde se practica la democracia liberal representativa (burguesa).

Las elecciones generales con mayor participación fueron las de 2015 (J. Morales) con el 71.33% de asistencia, seguidas por las de 2011 (O. Pérez) con el 69.38%. Las de menor participación fueron las de 1999 (A. Portillo) con el 53.76%. En segunda vuelta disminuye aún más la participación, siendo el promedio en las nueve elecciones de 49.36% de asistencia a las urnas.

En 2 elecciones consecutivas hubo menos votantes en números absolutos que en la anterior, la de 1995 (A. Arzú) con 1,737,033 participantes, tuvo menos votantes que la de 1990 (J Serrano) donde votaron 1,808,718 personas; que a su vez tuvo menos votantes que las de 1985 (V. Cerezo) donde participaron 1,907,771. Esto significa que se necesitaron tres procesos para superar la participación en las elecciones de la “vuelta a la democracia”, lo cual podría interpretarse como una manifestación del desencanto con sus resultados desde sus primeros días.

Pero las elecciones que presentan menor participación en Guatemala son el Referendo Constitucional de 1994 que contó con la asistencia de solamente el 15.9% de empadronados. El 83.9% voto a favor de dichas reformas que en la práctica constituyeron retrocesos para el logro del bien común. En segundo lugar con menor participación está la consulta a la Reforma Constitucional de 1999 que se planteaba consolidar lo establecido en los Acuerdos de Paz. Sin embargo, fueron rechazadas por la mayoría del escaso 18.55% de empadronados que participó. En tercer lugar están las elecciones legislativas de 1994 (a raíz del “autogolpe” de Serrano Elías) que contaron con solamente el 21% de participación. Y en cuarto lugar está la Consulta Popular sobre Belice que contó con solamente el 26.65% de participación. La consulta fue aprobada con 1,857,132 votos (95.88%).

Fotografía de Moisés Castillo

Las elecciones generales en que hubo más votos nulos -tanto absolutos como porcentuales- fue la de 1990 (J. Serrano) cuando los votos nulos sumaron 254,487 (14.07%), pero es esas elecciones se sumaron votos nulos y en blanco. En 1995 (A. Arzú) los votos nulos alcanzaron el 10.83% (188,169) -también agrupados con los votos en blanco-. Solamente de votos nulos el porcentaje más alto fue en 1985 (V. Cerezo), cuando alcanzaron el 7.65% (146,091), los votos en blanco fueron 82,680 (4.92%).

Pero las elecciones no generales que presentan mayor porcentaje de voto nulo son las del Referendo Constitucional de 1994, donde junto a los blancos alcanzaron el 19.25% del total.

Esto nos muestra que para aquellos que promueven el voto nulo la tarea será titánica si piensan alcanzar la mitad más uno de los votos. Debemos recordar que los votos blancos son contabilizados aparte, por lo que cuentan como votos no válidos, pero no como nulos.

El panorama se ve igual de complicado para al abstencionismo, como hemos visto decisiones trascendentales para todos han sido aprobadas con solamente la mayoría del escaso16.0% de posibles electores, como ocurrió en el Referendo Constitucional de 1994.

Así que a meditar su decisión, si participa o no, si vota nulo o válido, por quiénes votar. Cualquier cosa que usted haga o deje de hacer en este ámbito, tendrá repercusiones para el colectivo.

Fotografía de María José España