No recuerdo haber participado jamás en las elecciones infantiles en Guatemala. Aunque probablemente mi voto habría beneficiado al finadísimo Álvaro Arzú Irigoyen, quien por aquellos años se había ganado mi simpatía.

Generalmente uno sigue las preferencias de sus papás en lo concerniente a la política y el fútbol (siempre existirán sus interesantes excepciones), así que luego de enterarme de que Portillo le había quebrado las ganas de vivir a dos fulanos en Chilpancingo, la animadversión contra él se apoderó de mí y me afilié imaginariamente al Partido de Avanzada Nacional (PAN).

Fotografía de Esbin García

Es increíble cómo desde chavito uno se tomaba la molestia de medio procesar las habladurías de los noticieros y las pláticas aisladas de adultos para tener argumentos con qué debatir en las futuras discusiones con tus primos y los de la cuadra sobre qué candidato era el mero bueno de la época.

Ya más grandecito entendí que Mono de Oro no era precisamente lo que podríamos catalogar como un buen presidente, en cambio, Portillo ahora me parece como de los mejorcitos personajes que hemos tenido en la silla presidencial desde que nací, a pesar de sus malas juntas y decisiones, me cae bien por habérsele puesto al tiro a ciertos sectores hegemónicos.

Uno en la vida siempre debería tomar partido, la neutralidad estratégica cada quien sabrá, pero ser huevos tibios sí Nelson Mandela, sabemos bien que en Guatemalistán esos especímenes abundan, pero ni modo, es muy difícil bregar con la naturaleza pasiva e hipócritamente puritana del guatemalteco promedio.

Varios años después el cerebro me hacía cortocircuito y no entendía cómo el dipukid Giordano aparecía una temporada con la camisola del Real y días después con la de mi queridísimo FC Barcelona, es cierto que el ser humano es un manojo de contradicciones, pero tampoco hay que pasarse de berenjena.

El fútbol es sagrado y uno se muere con el equipo de sus amores, independientemente de si ganan o llevan décadas perdiendo. La política no necesariamente tiene que ser igual, pero uno esperaría al menos una mínima dosis de coherencia y no mamarrachadas sinvergüenzas como las que nos ofrecen politiqueros tránsfugas. El caso del Negro Conde es emblemático para ilustrar ese cinismo, diputado del PAN y simultáneamente candidato presidencial de Vamos, son atrevidos los muchachos.

En días en que toda la mara se quiere desmarcar de la vieja política y presentarse frescos y a la vanguardia cómo una quezalteca de sandía con hielo a mediodía en Santa Lucía Cotzumalguapa, solo hace falta ver sus Tik Toks para desencantarse y confirmar que ya están muy rucos y por consiguiente no andan en onda. Deberían, además, arrepentirse de no haberme contratado como asesor político, al menos unos puntos porcentuales les habría subido en las encuestas.

Y ahora que ya no se sabe nada de la vida de Mechito y sus palurdos presidenciables finqueros que sí sabían cómo ser tendencia en redes (varitas matan casaca y carita, ¿O cómo era?). Tendremos que conformarnos con gente, no solo avejentada biológicamente sino con las ideas ya bastante oxidadas.

Deseo que gane el menos peor o ya así de arriesgados que elijan al más culero de todos para terminar de hundirnos y acelerar el reseteo del sistema. Ojalá regrese pronto nuestro columnista de los viernes para ya no tener que aparecer escribiendo tan seguido.