Si pensamos en todo lo que podría pasar durante los próximos cuatro años de gobierno tomando como referencia lo que hemos vivido en los últimos seis meses, lo más probable es que nos quedemos cortos y que tengamos que seguir agregando temporadas a esa dramática teleserie que nos envuelve en un torbellino de pasiones desenfrenadas.

Los analistas políticos lo sufrimos con mayor dureza que aquellos que viven como zombis yendo del trabajo a la casa, a la escuela o cualquier actividad cotidiana. Nuestra labor de informar nos obliga a estar pendientes de las triquiñuelas y del saqueo que afecta las vidas de esos que no tienen tiempo para ocuparse del futuro porque los quehaceres diarios devoran su energía.

Los mil cuatrocientos sesenta y un días que durará el período presidencial, prometen sangre, sudor, lágrimas y algunas decepciones. Esa boda entre el binomio electo y las élites empresariales no tendrá luna de miel. Es una unión por conveniencia que anuncia un divorcio exprés. Lo digo con actitud realista porque es lógico que suceda, como también lo es la posible renuncia de algunos ministros que tendrán un desgaste más acelerado debido a las fuerzas obscuras que gobiernan a su antojo en algunas dependencias públicas.

Por las vísperas se conocen las fiestas, dice un refrán; y ese preámbulo ha sido por demás caótico. Incluso, la salud mental de muchas personas ha sufrido deterioro a causa de la tensión política. Esta situación está lejos de mejorar. La realidad es que los grupos antagónicos como la Liga Pro Patria, se han apropiado del espacio perdido por la Fundación contra el Terrorismo y no cesan en su intento por accionar en contra de las elecciones con el trillado cuento del fraude.

Hasta el día de hoy, las agrupaciones golpistas han fallado, pero lo seguirán intentando. Lo harán por los próximos cuatro años si no se les pone un freno definitivo a los sediciosos. No se trata de acallar las voces disidentes, sino de frenar el socavamiento de la institucionalidad y la democracia.

Es urgente que se tomen medidas para evitar el vendaval de acciones que no están sustentadas en hechos verídicos o que están encaminadas a criminalizar a grupos políticos, organizaciones civiles o funcionarios, las cuales conllevan una finalidad distinta a la fiscalización normal de las actividades gubernamentales.

En cuatro años pasará de todo. Tendremos emergencias, catástrofes naturales, convulsiones sociales, muchos intentos de golpe de Estado, encarcelamiento y extradición de expresidentes, el regreso de algunos exiliados, así como la huida de cientos de exfuncionarios que gastarán el dinero mal habido en comprar algunos meses o años de libertad.

📷 Omar Landaverry

Si bien la estrategia de diálogo con el sector productivo del país le puede permitir a Bernardo Arévalo cierto grado de gobernanza, quienes lo llevaron al poder podrían resentirse por la falta de inclusión. En su defensa puedo decir que ningún gobierno se podría sostener en pie con solo el apoyo popular. El arte de gobernar un país tan complejo y diverso como Guatemala requiere de una ciencia que no ha sido inventada todavía.

Pedirles tiempo a los pueblos ancestrales para atender sus reclamos -también ancestrales- no es lo más pertinente, pero es la única opción. Dado que, existen unos cinco mil puestos de confianza que aún no han sido nombrados, lo correcto es permitirle al binomio y sus ministros, hacerlo de manera pausada y estar atentos para que no se cuelen personajes indeseables.

Lo que pasará en cuatro años, está por escribirse. La ansiedad y desesperación no son buenas consejeras y pueden acabar con la oportunidad única de sanear, aunque sea de a poco, nuestras maltrechas y corruptas instituciones.