El caos político causado por el Tribunal Supremo Electoral (TSE) al imponer unilateralmente quien participa o no como candidato en las próximas elecciones, ha demostrado una vez más, que, el fraude está montado y ubica el despeñadero al que llevaron la maltrecha democracia. Solo falta completar la farsa el 25 de junio, día en que los ciudadanos llegarán a las urnas, acarreados unos y otros por sus medios, creyendo que elegirán a sus candidatos.

La elección ya se produjo, cuando se realizó una purga con los candidatos indeseables para los grupos del poder económico. Se dejó participar a los cercanos a su ideología, que dócilmente siguen su juego político. Juegan con 2 o 3 opciones, montando una farsa, haciendo creer que existen opositores o contendientes, pero todo ya está consumado, ellos eligen por quién votar. Como se ha repetido y confirmado: el ciudadano vota, pero no elige.  Sus opciones, que constituyen este grupo reducido, quienes al llegar a la presidencia, defenderán los intereses económicos y políticos de los grupos oligárquicos, al capital emergente, incluso al crimen organizado.

Esa estrategia siempre les ha funcionado, desde que la oligarquía creo el Estado de Guatemala. El fraude fue utilizado, a veces de manera sutil, otras de manera burda, incluso utilizando la fuerza de su ejército. El fraude se ha repetido y reproducido de distintas maneras, sin que el ciudadano lo pudiera cuestionar. Antes fue montado en las mesas electorales, ahora con la tecnología digital, el fraude se produce en el traslado de los datos por internet, de las mesas al centro de cómputo, en ese salto, cambian los datos. No se pueden impugnar los resultados por lo complicado que resulta para el ciudadano, y que el TSE maneja de manera espuria, utilizando programas y personal de confianza.

Pero culpar únicamente al TSE del fraude, de las ilegalidades y abusos descarados que se han cometido, significa no entender que este organismo forma parte de un Sistema Perverso. Que es integrado por un Estado cooptado, donde los tres poderes responden a la misma estrategia, incluidas todas las instituciones que facilitan la maniobra, las de Seguridad, Justicia, Defensa e instituciones de apoyo. Ese andamiaje no opera por si solo y de manera autónoma, solo cumple órdenes y una estrategia planeada desde “arriba”. Sus candidatos, que son simples servidores, creen que mediante las elecciones conquistaron el poder. El poder es económico y siempre lo han poseído los grupos oligarcas.  Llegar a la presidencia, no significa obtener el poder, solo significa llegar a dirigir la “Administración del Estado”, la cual se cambia cada cuatro años.

El verdadero poder, ahora se disputa entre los grupos económicamente poderosos, el capital emergente, las mafias, el crimen organizado, los narcos y los delincuentes de cuello blanco. Cada uno impone sus condiciones, que los otros deben respetar o se produce una lucha donde puede correr la sangre; por lo tanto, existe un pacto de no agresión y tolerancia. No dejar participar a algunos candidatos que representan una verdadera amenaza contra el sistema impuesto, constituye una medida política preventiva y ejercer el verdadero poder.

Dejan participar a los que pueden manejar, neutralizar, o, a los que pueden convertir en sus aliados. Dejan participar a los que saben que son minorías, sin mayor respaldo popular, como ahora los grupos de la izquierda, ya sin la ideología que los caracterizó, fragmentados, divididos, que no representan ninguna opción de gobierno, pero que el propósito consiste en neutralizar a los sectores de población que representan.  De esa manera dan la impresión de democracia, tolerancia, pluralismo político, pero nada más. En eso se transformó el perverso sistema electoral implementado desde el TSE.

Las próximas elecciones tienen un objetivo, darle continuidad a un proyecto, que consolide un sistema autoritario y dictatorial de nuevo tipo, en pleno Siglo XXI. Dirigidos por los conservadores y la derecha fascista, que con las dictaduras se enriquecieron y fortalecieron su poder económico. Estas constituyen el obstáculo en esa lenta Transición, que, saliendo del Autoritarismo, debería consolidar la Democracia.

La derecha fascista, sin importar el lugar que ocupen sus partidos en las encuestas, ha gobernado por más de setenta años, y aún montan un juego político que desorienta y engaña la conciencia de los ciudadanos. Sobre todo, porque los acompaña un discurso político-religioso, aunque en la práctica no cumplan los preceptos de la fe cristiana. La religión es solo una fachada para convencer a los ciudadanos y darse aires de pureza, sin importar su pasado sangriento, cuando cometieron Crímenes de Lesa Humanidad, o violaron los más elementales Derechos Humanos. La juramentación de fiscales en la Casa de Dios, y las invitaciones a los presidenciables a firmar convenios conservadores, tiene el propósito político de manosear las nobles creencias y la fe de los ciudadanos.