Al TSE se le están arremolinando los problemas. Era de esperar que esto sucediera, en vista de la mala gestión de los magistrados que fueron elegidos a dedo por la partidocracia corrupta. Jamás en la historia se ha visto tanto desorden y tanta torpeza como la que exhiben los miembros del Tribunal “Supremo” Electoral a quienes les permitieron llegar a esos puestos por medio del contubernio y la falsificación de documentos. El Congreso que los eligió nunca tuvo la calidad moral y ética para escoger personas honorables.

Desde siempre se saben los contubernios y las comisiones que cobra el Registro de Ciudadanos para permitir la participación o bloquear a los rivales de los partidos con más apoyo oficialista o los que tienen dinero a manos llenas de financistas ocultos. La persona que dirige esta dependencia es siempre un aliado del statu quo o simplemente es quien recibe el dinero que se comparte con los de más arriba.

Otro de los temas que aflige a muchos votantes es el manejo de la información durante las votaciones. No han podido contratar a un encargado de Informática pues hace cuatro años quien ocupaba la plaza terminó en la cárcel. Tampoco han logrado contratar a todos los digitadores que se necesitan. En elecciones pasadas tuve la oportunidad de colaborar en esas labores y todo fluyó de forma planificada. Hoy, el caos interno amenaza la certeza de unas elecciones limpias.

Por aparte, el Tribunal, que de supremo solo tiene el nombre, está supeditado a los vaivenes de la Corte Suprema y la Corte de Constitucionalidad, ambas cooptadas por los oficialistas, lo que tiene en vilo al TSE que no puede imprimir las papeletas hasta que se resuelvan los antejuicios y amparos que se han interpuesto. Para colmo, hasta los empleados están renunciando por no querer ser parte de un proceso que podría explotarles en la cara. Corren el riesgo de ser investigados y procesados si no se alinean o si lo hacen.

 

 

A estas alturas, la ciudadanía sufre de apatía y no tiene la seguridad de que su candidato favorito va a participar o será eliminado. Se escucha cada vez más fuerte la cantaleta, “En estas condiciones no queremos elecciones”. Los culpables de la situación son quienes, creyéndose los mandamases, orientaron la inscripción de candidaturas indeseables como la de Zury Ríos y compañía o la de Sandra y su partido que casi fue cancelado. La discriminación selectiva culminó con el encumbramiento de un candidato al que necesitan sacar de la jugada, pero el tiempo se les acaba.

El fraude está cantado, los candidatos andan desesperados y desmoralizados y aunque no todo está perdido, quedan solo cuarenta días para que terminen de ajustar las componendas, hacer alianzas ocultas con los partidos satélite o tratar de lavarse la cara un poco, después de haber tranzado con el oficialismo que se desmorona estrepitosamente.

Muchos no quieren saber de política. Aunque miles de personas se inscribieron como candidatos, algunos ya van arrepentidos y no es para menos. El desprestigio de los politiqueros los pone en la mira. Lejos de ganar, se exponen a la repulsa de un pueblo cansado. Vale decir que mientras estamos entretenidos con los chismes electorales, en cientos de instituciones públicas los funcionarios hacen su agosto nombrando activistas, familiares o personas que se prestan para ocupar cargos a cambio de operar para el partido oficial o para alguno de los partidos que ofrecen mantenerlos en la planilla de la próxima administración.

Sucede siempre en año electoral y algún candidato hasta podría decir que es “normal” que se contraten miles de asesores bajo el renglón 029 con sueldos exorbitantes, pero nadie comprende que es el Jefe de Estado quien puede frenar esos desmanes. Si Giammattei lo permite, es porque conviene a sus intereses y nada más.

Algunos nos engañamos creyendo que estamos viviendo el fin de una era, sin embargo, me atrevo a decir que son las vísperas de una etapa riesgosa que nos puede conducir a una debacle económica, social y política sin precedentes. Los antecedentes del proceso electoral vaticinan una elección plagada de ilegalidades. Las fiestas podrían culminar en una tragedia teatral, como las “Bodas de Sangre” del afamado escritor Federico García Lorca.