A casi cuatro años de la toma de posesión del gobierno de Giammattei, viene a mi memoria aquel 14 de enero cuando, en el Centro Cultural “Miguel Ángel Asturias”, se encontraban mandatarios, diplomáticos y funcionarios entrantes, esperando que se llevara a cabo la ceremonia de transmisión de mando.
Entre la acreditación y los preparativos, los asistentes pasamos varias horas sin agua y sin comida porque se restringió su ingreso. Algunos incluso optaron por retirarse. La ceremonia de traspaso comenzó pasadas las seis de la tarde. Supe que el atraso se debió a que Jimmy Morales, temiendo que la Feci lo capturara antes de asumir en el Parlamento Centroamericano, pidió tiempo y eso hizo que se retrasara la ceremonia. Un puñado de manifestantes se apostaron en la entrada del edificio del Parlamento para evitar que los diputados electos fueran juramentados. Durante la trifulca, volaron conos y tomatazos. Tuvieron que realizar el acto en un salón privado pocos minutos antes de la media noche.
En sus primeros días como presidente, Giammattei cometió errores que lo llevaron a la situación actual. Puso a Miguel Martínez al mando de lo que llamaron Centro de Gobierno, que no era más que una red de espionaje que se nutría de los chismes de corredor. Un funcionario de alto nivel comentó que, en reuniones de trabajo, el presidente recibía llamadas o mensajes de Martínez y -sin mediar investigación previa- llamaba al ministro o jefe y pedía la destitución inmediata de funcionarios recién nombrados. Ni los meses de preparación, ni los proyectos que se quedaron acéfalos, importaron al mandatario.
Fue así como le dieron de baja a la viceministra de Cultura solo porque tenía mejor preparación y credenciales que su jefa; y a su servidora por un tuit anónimo mal intencionado. A un ministro lo sustituyeron por corregirle la plana al mandatario en una reunión de gabinete. Las acusaciones, los chismes, las zancadillas y un ambiente laboral verdaderamente repugnante provocaron la renuncia de profesionales que llegaron con las mejores intenciones, pero pronto comprendieron que no sería posible trabajar con un gobierno corrupto.

📷Carlos Alonzo
El contubernio entre el mandatario y la jefa del Ministerio Público se hizo evidente con una acción de la que tuve conocimiento. A pocos días de haber tomado posesión, el ministro envió una carta a la Contraloría General de Cuentas para que se realizara una auditoría debido a la sospecha de actos anómalos durante la administración anterior. Así mismo, se envió una solicitud a la Fiscal General para que iniciara una investigación de oficio dentro del ministerio. La sorpresa fue mayúscula, debido a que la carta fue a parar a manos de la Secretaría General de la Presidencia. Los casos jamás fueron investigados, pues los personajes involucrados eran aliados que financiaron con programas sociales al partido Vamos. La conexión fue evidente.
De continuar Consuelo Porras al mando del MP, es de suponer que no se animará a perseguir a sus cómplices. El contubernio entre el Ejecutivo y la Fiscal General no es discutible. Los actores corruptos tratarán de desacreditar a las autoridades entrantes. Giammattei sabe que tomar posesión de su curul en el Parlamento Centroamericano será una odisea. Por todo lo anterior y más, existen razones para temer que la gobernabilidad será complicada.
Ante la próxima transición, los actores corruptos están temerosos. Cual si fueran animales de monta, corcovean y se retuercen a la sola mención de Bernardo Arévalo y Karin Herrera quienes no solo tomarán posesión sino que deberán tomar posición sobre temas de gobernanza trascendental.
¿Cuál será la reacción de los ministros entrantes ante el despelote que encontrarán dentro de las instituciones que dirigirán? ¿Tendrán apoyo esta vez para denunciar la corrupción? ¿Cuántas colas arrastran la Fiscal y sus aliados como para desactivar investigaciones sobre denuncias de corrupción? Estas y otras dudas serán resueltas en enero, a menos que la doñita renuncie antes o el Presidente y su Corte decidan abandonar el barco.