Cuando se supone que vivimos en un régimen que pretende consolidar la Democracia, el desfile armado llevado a cabo por una fuerza política en Amatitlán, constituye una demostración de fuerza.  Destaca como un resabio de la cultura militarista y coercitiva con la cual se ha gobernado Guatemala por las fuerzas de la derecha fascista, durante los últimos 70 años, pretendiendo ahora, imponer un nuevo modelo de dictadura, patrocinado por el pacto de corruptos y las mafias que han capturado el Estado.

Fotografía de Simone Dalmasso

Esta fuerza política, que no se sabe si es un partido político o una banda de narcos, cree tener autoridad por el hecho de portar armas de grueso calibre de manera ostentosa, pero en el fondo, queda demostrado que es el único recurso con que cuentan para convencer a la población de sus intenciones políticas de llegar a la presidencia. Estos actos de prepotencia, intimidatorios, pero sobre todo represivos, violan las más elementales normas de convivencia pacífica, e incitan de nuevo a la violencia institucionalizada. Y de ganar las elecciones, ¿Qué le esperaría al pueblo de Guatemala?, la misma violencia y el terrorismo de Estado, como forma de gobierno, con el cual se ha desangrado la población, sufriendo Crímenes de Lesa Humanidad y Genocidio y las más sádicas violaciones a los Derechos Humanos.

El Estado de Guatemala se ha caracterizado por mucho tiempo, de gobernar por medio del autoritarismo y las dictaduras. El control ejercido, recurriendo permanentemente al uso de la fuerza, por medio de sus instituciones armadas y de seguridad, como los instrumentos con los cuales han monopolizado la fuerza y la violencia.  La violencia la convirtieron en una cultura, mezclada con fanatismo religioso y políticas fascistas, el desfile hípico de Amatitlán lo ha demostrado.

La función coercitiva o el uso de la fuerza, es un recurso utilizado por los regímenes dictatoriales, ante la imposibilidad de contar con el apoyo y reconocimiento social. Pero de antemano se indica que este es un recurso que demuestra que no se tiene otra forma de ganar la voluntad de la población, demostrando con ello una gran debilidad política. Sin embargo, es evidente que el recurso de dominar por medio de la fuerza de las armas, como medio exclusivo para la dominación no es suficiente, porque impone un desgaste continuo que afecta los intereses mismos de la dictadura. Porque provoca diferentes niveles de resistencia, muchos de ellos impredecibles.

Haciendo valer el poder coercitivo del Estado, se recurre a la demostración de fuerza que forma parte de los mismos propósitos para infundir terror y miedo. Que en nuestro medio es resabio de la cultura autoritaria y el militarismo: los desfiles militares. Año con año en la celebración del Día del Ejército, el 15 de septiembre y otras celebraciones castrenses, éste hace alarde de su poderío, mediante muestra y revista de los soldados, su armamento, equipos y medios, ante una población que siempre fue sometida y atemorizada, por despiadadas dictaduras militares.

El efecto que los desfiles provocan en la población, es de impotencia, pero también de rechazo. En los últimos años, luego de la firma de la paz, existe una marcada resistencia de parte de los gobiernos y del ejército a suprimirlos, los gobiernos de Otto Pérez Molina y de Jimmy Morales, les dieron a los militares vía libre para de nuevo, organizar los desfiles recorriendo las calles de la capital. Esto, en nada aporta al desarrollo y consolidación de nuevas relaciones democráticas con la sociedad, por el contrario, crea una polaridad innecesaria.

Estas demostraciones de fuerza en la historia del país, buscaban exaltar la figura y el poder de los mandatarios y provocar la sumisión de la sociedad.  El terrorismo de Estado, fue un elemento utilizado para someter a la población a la obediencia militar. Por esa razón se menciona que son resabio de la contrainsurgencia, de épocas pasadas de los regímenes autoritarios, y forman parte de la militarización del sistema político, y, en la actualidad no tendrían razón de existir.