PARTICIPACIÓN POLÍTICA
El esfuerzo que realiza nuestro sistema por mantener la democracia a flote, se ve cada vez más desgastado, una ciudadanía hambrienta y sin educación está desligada del trabajo que realizan quienes se proclaman impulsores de la democracia. Hoy compartiré algunas ideas interesantes que propone politólogo Adolfo Garcé, en su reflexión de cómo lograr la construcción de la utopía democrática.

Fotografía de Danilo Ramírez
La democracia, en el sentido más profundo del término, todavía queda demasiado lejos. Para avanzar hacia ella el primer paso sigue siendo la instauración de poliarquías. En esencia, una poliarquía es aquel régimen en el cual la oposición es aceptada y, por tanto, es posible desplazar a la elite en el gobierno sin recurrir a la violencia. Se dice fácil pero en la práctica es muy difícil. Rara vez una élite hegemónica admite ser desplazada del poder sin ejercer una tenaz resistencia. La probabilidad de la instauración de una poliarquía aumenta cuando el precio que podría pagar la élite gobernante por suprimirla excede el precio de tolerarla. Pero no hay democratización sin evolución cognitiva, es decir, sin generación de conocimiento sobre qué prácticas e instituciones la hacen posible, y sobre cuáles la dificultan o tornan inviable, por eso instaurar una poliarquía es una tarea difícil.
El segundo escalón es la consolidación y reproducción del sistema democrático. Este desafío tiene muchas dimensiones relevantes, sobresalen dos especialmente cruciales: la construcción de partidos vibrantes y de diseños institucionales que equilibren la dispersión del poder y gobernabilidad. No hay democracias estables sin partidos políticos fuertes, con raíces profundas, capaces de cumplir con sus electores, de preservar sus bases sociales y de adaptarse a cambios en el entorno. Construir este tipo de partidos políticos es una tarea muy compleja. Estos partidos son aquellos que tienen propósitos definidos (ideas, sueños que generen lealtad prospectiva), que cultivan sus tradiciones (las emociones y traumas generan lealtad retrospectiva), y que tienen reglas organizacionales que, por un lado, favorecen la ambición de quienes pretenden hacer carrera política y, por el otro, imponen costos altos a quienes quieran abandonar el partido o pasar de un partido a otro.
La democracia no sobrevive, además, si no se asegura la dispersión del poder. No hay democracia sin pluralismo, y sin respeto a las minorías. Al mismo tiempo, la democracia debe ser capaz de adoptar decisiones en plazos razonables sino quiere perder legitimidad. Esta tensión entre pluralismo y eficacia ha probado ser muy difícil de manejar. En América Latina se pasa fácilmente de la ingobernabilidad a las dictaduras. Tanto para construir sistemas de partidos potentes y competitivos como para asegurar el balance entre legitimidad y eficacia es necesario aprender a diseñar buenas reglas electorales e instituciones políticas eficientes.

Fotografía de Danilo Ramírez
El tercer escalón de la escalera democrática es asegurar la igualdad política, un principio básico. Para eso deben cumplirse cinco criterios procedimentales: participación efectiva, igualdad de los votos en la etapa decisoria, comprensión esclarecida, control del programa de acción, e inclusividad. Cuando se cumplen estos cinco criterios, los ciudadanos tienen las mismas oportunidades de incidir en la agenda y en las soluciones a los asuntos de gobierno. Estos criterios aseguran la igualdad política, pero no ponen el acento suficiente en un requisito fundamental de cualquier democracia que quiera acercase a la utopía: la deliberación. El cuarto escalón hacia la utopía democrática es el de la democracia deliberativa. La competencia política entre el partido de gobierno, y la oposición no favorece los procesos de deliberación. Por el contrario, incentiva dinámicas adversativas y juegos de suma cero. No es sencillo reconciliar democracia y deliberación. En tiempos de campaña el debate público es invadido por distintas prácticas de subversión deliberada de la verdad (mentiras, doble discurso, hechos alternativos, discursos incendiarios, mensajes confusos), es realmente difícil imaginar un debate público que permita contrastar buenas razones. Pero no hay utopía democrática sin prácticas deliberativas, sin instituciones diseñadas para favorecerlas, y sin ciudadanos dispuestos a razonar con buena voluntad, sentido de justicia y empatía, y a considerar las consecuencias de sus opciones sobre el resto de la sociedad.